El
palacio siguió y siguió creciendo. Princesa escondió su título de Tirana, y
sonreía y bailaba mucho, un montón. El sol lloraba todos los atardeceres porque
se perdía el espectáculo que sólo la luna disfrutaba.
Cuando
llegó el primer mes de los verdes, justo en el momento donde todo florecía,
apareció Él. Hada Madrina sólo podía ver la polvareda del camino de tan rápido
que trotaba. Era un Príncipe sencillo, que apenas traía joyas consigo. Él era
el máximo tesoro, el regalo más brillante de todos.
No
fue cosa fácil que la Princesa sucumbiera, bien recordaba los dolores de los
desamores, los sin sabores. Su torre, y la oscuridad…aunque borrosos, hay
recuerdos grabados en piedra.
Príncipe
tuvo mucha paciencia. Bailaba cada noche que ella lo hacía para acompasar sus
latiros a cada danza real. Quería dejar claro que aquél era su sitio. Aunque en
el fondo ya se sabía de memoria el compás, pero eso solo Él lo sabía.
Hada
los espiaba las noches pares, asombrada de ver sólo uno, aunque separados por
aquellos muros. Princesa apenas se dejaba ver, no sabía muy bien si por el
miedo escénico o por el deseo de hacerse valer.
Pero
nuestro Príncipe continuó su andanza por el castillo, se ganó cada rincón, cada
mota de magia, a nuestra Hada le cambió el ron por el zumo de naranja. Nadie
veía más allá de sus buenas intenciones, nadie se dio cuenta de que se conocía
cada rincón del reino a pesar de ser un recién llegado.
Eran
muchos los gestos de conquista, las atenciones, las sorpresas…y poco a poco los
ojos de Princesa tornaron en un brillo especial. Princesa había abandonado sus
durezas, sus vestidos eran mucho más livianos y cada día se atrevía a mirar
desde el jardín hacia la ventana de nuestro Príncipe. Notaba sus tierras
diferentes, porque ya no sólo eran de ella, eran de los dos.
Y
llegó la noche, aquella noche en la que la luna se había quedado dormida y sólo
quedaba la luz de las luciérnagas. Llegó la noche en la que Princesa no cerró
la puerta de su alcoba. No sólo no cerró la puerta, sino que entonó una melodía
que sólo Él pudo comprender, quien raudo se lanzó a los pasillos para poder
encontrarla.
Sólo
fue necesaria una mirada, un roce cuerpo a cuerpo…Tiernamente Príncipe tocó el
rostro de nuestra Tirana y limpió la primera lágrima de muchas mientras
susurraba…”Mi querida Princesa Tirana…ahora mi trinchera y la tuya, son la
misma trinchera”.